miércoles, 20 de mayo de 2020

DE COP21 A COP25: NUEVAS PALABRAS EN JUEGO

    El lenguaje lo crean y lo modifican las sociedades porque es una práctica social aprendida de uso común. Por eso es lógico que se produzcan cambios en sus sonidos (nivel fonético-fonológico), en sus significados (nivel léxico-semántico), en sus estructuras (nivel sintáctico), en sus formas (nivel morfológico) o en los contextos en los que se produce (nivel pragmático).  

    Los motivos de estas variaciones lingüísticas son múltiples y complejos. Aunque en general suelen ser cambios naturales no dirigidos, que resultan de la historia de las poblaciones (en términos de desplazamientos geográficos, flujos y contactos entre pueblos, o para nombrar las nuevas realidades fruto de los avances en las actividades humanas), también es posible introducir artificialmente cambios en el lenguaje orientados a variar la percepción social que tienen los hablantes sobre una determinada cuestión.

    El ejemplo más claro de estos cambios orientados son las recomendaciones de uso de un lenguaje institucional garante de corrección política, que no descalifique ni discrimine a personas o grupos definidos por características como la raza, el sexo, la nacionalidad, la edad, las preferencias sexuales, las discapacidades, etc.  Al reciente debate sobre la conveniencia o no de generalizar el lenguaje inclusivo, apoyado en la idea de que «lo que no se nombra, no existe» se unen ahora las recomendaciones lingüísticas para comunicar sobre cuestiones medioambientales siguiendo las tesis de grupos como Ecologistas en Acción, para quienes «cuando cambiamos el lenguaje también cambiamos la forma en la que pensamos».  

    La realidad es que dos fenómenos tan complejos como el pensamiento y el lenguaje solo parecen explicarse conjuntamente porque, al ser complementarios, están indisolublemente ligados, como explican Gabriela Zunino y Alejandro Raiter, de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. Sin embargo, la naturaleza de esta relación es ya un debate filosófico clásico entre universalistas, para quienes el lenguaje refleja las pautas universales de nuestro modo de conocer y, por eso, no afectan a la percepción de la realidad, y relativistas, para quienes el lenguaje, básicamente arbitrario y cultural, sí permite que una lengua influya en cómo percibimos el mundo.  

    Entre las teorías lingüísticas más conocidas, la vertiente fuerte de la hipótesis de Sapir y Whorf (llamada determinismo lingüístico) asume que la lengua puede actuar directamente sobre el pensamiento de manera terminante y unidireccional, lo que, como explica Juan Santana en su análisis de los mecanismos léxicos de la corrección política en inglés, lleva a pensar que,  «si se eliminan ciertas palabras, los conceptos a los que estas aluden acabarán por ser literalmente impensables». Es lógico imaginar por lo tanto que también lo contrario es posible: si se crean las palabras, los conceptos a los que aluden acabarán por imponerse en el pensamiento del hablante. Sin embargo, existe una versión más moderada de la hipótesis de Sapir y Whorf que asume que, aunque el lenguaje sí influye en el pensamiento, no lo determina. Esto deja la puerta abierta a pensar que hay otros muchos factores que también modelan el pensamiento, o incluso que sea el pensamiento el que actúe cambiando el lenguaje. Sea como sea, es un hecho que los términos medioambientales están haciéndose hueco en el vocabulario de nuestro día a día, quizá porque también el espacio mediático que ocupa el medio ambiente, con los fenómenos climáticos como uno de sus temas estrella, ha aumentado considerablemente en los últimos años.

    Por eso no fue ninguna sorpresa que los diccionarios Oxford eligieran «emergencia climática» como término del año 2019, después de que su frecuencia de uso se multiplicara por 100 en apenas un año. Pero no solo se aprecia un incremento en el uso de palabras relacionadas con el clima, sino que también se observan cambios en las combinaciones de palabras (colocaciones), en un fenómeno que, según Jesús Andaluz, de Ecologistas en Acción, tiene que ver con «asumir y aceptar que nos encontramos ante un reto de grandes magnitudes que nos afecta en muchísimos aspectos de la vida cotidiana».


    Ya en mayo de 2019 el periódico británico The Guardian incluyó en su libro de estilo la recomendación de adoptar un lenguaje que, sin comprometer la precisión científica, alertara sobre la urgente necesidad de actuar para frenar lo que abogan por denominar «crisis, urgencia o emergencia climática» en lugar de «cambio climático». Para la editora de The Guardian, la palabra «cambio» no vehicula en absoluto la idea de «catástrofe para la humanidad» a la que considera aluden los científicos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIECC, más conocido por sus siglas inglesas IPCC). También la Fundéu española, comprometida con el buen uso del lenguaje en los medios de comunicación, ha hecho sus propias recomendaciones respecto a los usos de «crisis climática», «cambio climático», «emergencia climática» y «calentamiento global».

    Días antes de la 25. ª conferencia de las partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP25), que tuvo lugar entre el 2 y el 15 de diciembre de 2019​ en Madrid bajo la presidencia de Chile, un grupo de científicos respaldados por 11 258 firmantes de 153 países publicó en la revista Bioscience un artículo donde consideraban la necesidad de «decir las cosas tal y como son» al conjunto de la sociedad, porque «el planeta Tierra está clara e inequívocamente frente a una emergencia climática». Con una opinión radicalmente diferente, otro grupo de 500 científicos dirigió una carta al secretario general de Naciones Unidas  donde se oponían al uso de la palabra emergencia para hablar de la situación climática actual.

    La polémica está servida: no todos los comunicadores consideran positiva esta actitud militante del periodismo científico, de la que opinan puede llegar a desacreditarlo o banalizar la temática del clima, como ha ocurrido con la nutrición, donde desde el punto de vista informativo es difícil distinguir lo factual de lo ideológico, lo científico de lo pseudocientífico.

    Frente a iniciativas mediáticas abiertamente militantes, como Covering Climate Now, nacida con la intención de «ofrecer un abanico de estrategias informativas compatibles con el futuro de reducción de 1,5 °C de la temperatura atmosférica global que preconizan los científicos» para compensar el «silencio sobre el clima que ha sido hasta ahora la norma en la mayoría de medios de comunicación, sobre todo estadounidenses» y concienciar a ciudadanos y políticos de su capacidad de presión sobre los sectores que deben reducir sus emisiones, muchos comunicadores científicos eligen una vía que consideran más profesional. Matthew C. Nisbet, en su artículo sobre los problemas del periodismo científico sobre el clima, alerta del peligro de comunicar poniendo solo el foco en las dramáticas consecuencias de los efectos del calentamiento sin comentar adecuadamente el distinto grado de incertidumbre de cada modelo, o los riesgos de aplicar una escala valorativa a datos objetivos de (in)certidumbre obviando el lenguaje científico calibrado del panel de expertos del GIECC, como sugiere el trabajo de Luke C. Collins y Brigitte Nerlich.

    Michael Bruëggemann, experto en comunicación sobre ciencia y clima de la Universidad de Hamburgo firma un interesante artículo sobre la contribución del periodismo a la insostenibilidad del debate sobre el clima, donde afirma que con demasiada frecuencia los informadores simplifican en exceso la ciencia y presentan hechos dependientes del contexto o datos preliminares como hechos establecidos y probados.

    El cambio climático es un ejemplo tipo de lo que se considera ciencia posnormal, donde «los factores son inciertos, hay valores en disputa, los riesgos son altos y las decisiones urgentes», lo que para Brueggëmann justifica que el periodismo posnormal sea «esencialmente interpretativo»  y se caracterice por «borrar las fronteras entre periodismo, ciencia y militancia».

    Por curiosidad, he querido hacerme una idea de la evolución del vocabulario referido al clima durante los cuatro años que separan el Acuerdo de París, firmado durante la COP 21, y la COP 25 de Madrid. Decidí para ello comparar varios documentos de Greenpeace referidos a estas dos conferencias. Me pareció interesante trabajar con los textos que una organización ecologista como Greenpeace (ver tabla) pone a disposición del público en su página web, para observar los cambios en el lenguaje de un colectivo que lleva luchando por el medio ambiente desde 1971, y que milita por la reducción de las emisiones de CO2 desde mucho antes de la actual mediatización de los fenómenos relacionados con el clima.

TABLA DE DOCUMENTOS EMPLEADOS PARA CONSTRUIR LOS CORPUS

COP 21 (PARÍS, 2015)

COP 25 (MADRID, 2019)

COP21 de París. La Cumbre de los héroes anónimos por el clima

https://es.greenpeace.org/es/wp-content/uploads/sites/3/2019/11/Dossier-medios-COP25-GPS-Madrid.pdf

Claves para entender el acuerdo firmado en la Cumbre del clima de París

Manifiesto marcha 6-D

Valoración de Greenpeace de la COP 25 de Madrid

N.º total de palabras

13350

8436

Se trata de una comparación rápida, sin ninguna pretensión más allá de la de apuntar tendencias que corroboren o no la presencia de cambios lingüísticos en el discurso ecologista sobre el clima. La comparación está simplemente basada en el análisis de las frecuencias relativas de aparición ([número de veces que aparece la palabra × 100] ÷ número total de palabras del corpus) de las palabras más usadas en los dos corpus de textos creados para este ejercicio, uno para la COP21 y otro para la COP25. 

 La infografía muestra que, tomando aisladamente las palabras, algunas como tecnología(s), energía(s) y renovable(s) aparecen entre cuatro y siete veces más en los documentos de la COP21 que en los textos de la COP25. Otras palabras, como conciencia o concienciar han desaparecido totalmente de los documentos de la COP25, en los que aparecen dos nuevos términos: un sustantivo, emergencia, acompañado del adjetivo climática, y un adjetivo calificativo, anticlimática, acompañando al sustantivo política.

    Se observa asimismo que el uso del verbo poder se reduce a la mitad en los en los textos de la COP25, donde sin embargo se triplica el uso del verbo deber, en lo que interpreto como una tendencia a pasar de la posibilidad o la capacidad a la obligación y el mandato. Algo similar ocurre con el verbo cambiar, que en los documentos de la COP21 es 13 veces más frecuente, mientras que en la COP25 se prefiere hablar de transición o de reducción / reducir, en lo que podría ser un intento de concretar qué tipo de cambio es el que debe intervenir.

    Es curioso además notar el doble de apariciones del verbo luchar en el vocabulario de la COP 25, así como de palabras como ambición, ciudadanía, crisis, medidas, urgencia y político/a/s, cuyo conjunto me parece que llama a la acción ciudadana en favor de la adopción urgente de medidas contra el aumento de la temperatura a escala del planeta.

    Entre las palabras que prácticamente no sufren variación de uso encontramos, como es lógico, las referidas a los temas centrales de la temática climática (clima, temperatura, desarrollo, niveles, aumentar…).

    Un vistazo a dos ejemplos de palabras en las que se aprecia una variabilidad en sus colocaciones muestra claramente como crisis era una palabra neutra en los documentos de la COP21 (combinada simplemente con su artículo, pero no acompañada de adjetivos), mientras que en el corpus de la COP25 es una palabra asociada tanto a verbos dinámicos (detener, sacar, poner fin, abordar, producir) como a adjetivos descriptivos (climática, extrema). La misma tendencia se observa en las colocaciones de las palabras político(s), política(s), que son mucho más variadas y numerosas en los documentos de la COP25 que en los de la COP21, en lo que yo considero una prueba más de la intención de concretar acciones en ciertos campos (agrícola, hidráulico) o de calificar políticas existentes (anticlimáticas, neoliberales, extractivista, gubernamental, necesaria…)

    Con este pequeño ejercicio práctico de comparación de documentos está claro que el lenguaje que se utiliza para hablar de los fenómenos climáticos está en plena evolución y que, al debate filosófico sobre la correspondencia entre el conocimiento de la realidad y su expresión se superpone un gran debate sobre cómo comunicar sobre los fenómenos climáticos de nuestro planeta.

Ya sea traducción del pensamiento, determinante del pensamiento, o vehículo del pensamiento, me parece que el lenguaje tiene mucho que ver con la construcción de nuestra visión del mundo. Por eso parece razonable la visión de Nysbet, partidario de un periodismo que sea capaz de recoger el amplio espectro de opiniones de expertos en temas tan complejos como estos, y que esté dispuesto a investigar sobre los eventuales sesgos, motivaciones y prácticas de estos expertos para promover su trabajo científico o servir a intereses políticos según sus preferencias.  El riesgo, como recuerda el filósofo Laurent Fedi en su artículo «Maneras de hablar, maneras de pensar», es que los modos comunes de expresión puedan encerrarnos en marcos ideológicos de los que es tanto más difícil salir cuanto que el vocabulario empleado se nutre del registro codificado por el sistema.

Está claro que en cuestión de clima, llueven polémicas en donde las palabras dan mucho juego, porque lo cierto es que hay mucho en juego.

 

 

 

 

 

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martes, 19 de mayo de 2020

SUBE A BORDO

Llegó el momento, tan procrastinado, de retomar este blog, iniciado en 2013.
Ya sé que blog es una voz inglesa aceptada, pero mi nombre marino me hace preferirle el de cuaderno de bitácora, ese libro, como dice el DRAE, en que se apunta el rumbo, velocidad, maniobras y demás accidentes de la navegación. Y es que maniobras haré miles e incidentes de navegación los tendré a diario, porque he decidido hacerme a la mar de la divulgación científica sin más equipaje que la brújula de la curiosidad y los mapas del aprendizaje y sin otro destino que el de ampliar el horizonte de mis conocimientos.
A los que queráis acompañarme en estas primeras bordadas, no olvidéis vuestro salvavidas, que al principio habrá marejada. 

¿Embarcamos?

MFN