jueves, 19 de noviembre de 2020

GENIOS PARALELOS

                 


“Tesla” se asocia hoy en día con los coches eléctricos del mediático multimillonario emprendedor sudafricano Elon Musk, también implicado en una serie de controvertidos desarrollos aeroespaciales y relacionados con la energía eléctrica. En entornos tecnocientíficos, el tesla (T) es la unidad de densidad de flujo magnético del Sistema Internacional, un homenaje que la Oficina Internacional de Pesas y Medidas rindió al inventor Nikola Tesla, en su Conferencia General de 1960. “Sánchez” es el apellido de casi un millón de españoles, el séptimo más frecuente en España. Detrás de estos dos apellidos se esconden los perfiles de dos ingenieros que vale la pena descubrir, porque marcaron, cada uno a su manera, el primer tercio del siglo XX.

Mónico Sánchez Moreno nació en 1880 en un pequeño pueblo de la provincia de Ciudad Real cuando Nikola Tesla, un joven y prometedor ingeniero croata de 24 años llevaba cuatro años codeándose en Nueva York con el genial Thomas Edison. Sánchez, Tesla y Edison son excelentes ejemplos de cuán dependientes son el progreso y la evolución del hombre del ingenio y del espíritu creador de seres humanos excepcionales, capaces de concretar ideas e intuiciones en inventos y patentes que sientan las bases de las innovaciones tecnológicas posteriores, como las que sustentan la sociedad actual.

El paralelismo entre Nikola y Mónico es sorprendente, porque los dos tuvieron mentes privilegiadas, fueron genios adelantados a su tiempo y, quizá por ello, frecuentemente incomprendidos y siempre envidiados, permanentemente subidos a la montaña rusa del éxito y del fracaso. Ambos defendieron siempre que la ciencia y la tecnología fueran los pilares fundamentales sobre los que construir el progreso de la sociedad.

Nikola Tesla murió el 7 de enero de 1943, a los 86 años, en una habitación de hotel en Nueva York, solo y arruinado después de registrar en vida 300 patentes, descubrir el campo magnético giratorio, desarrollar un nuevo sistema para la generación y el transporte de energía eléctrica que generaba corriente alterna, explorar la tecnología de las radiofrecuencias y sentar las bases de la transmisión inalámbrica de comunicaciones que hoy utiliza la radio, la televisión, la telefonía móvil, el radar, el control remoto, Internet o el sistema wifi. Tampoco el 7 de noviembre de 1961 ningún periódico publicó la noticia de la muerte de Mónico Sánchez Moreno, un hombre que  salió de la España rural en 1903 para relacionarse con las figuras más relevantes del panorama científico y tecnológico de Estados Unidos y que le llevó a construir el aparato de rayos X portátil y corrientes de alta frecuencia que revolucionó el mundo de la electromedicina (Más de uno 16/10/2019, Ondacero).

Tesla partió de Europa para consolidar su talento de inventor apoyado en unos profundos y sólidos conocimientos matemáticos que puso al servicio de su colaboración inicial con el estadounidense Thomas Edison en Nueva York, antes de derrotarle en la “guerra de las corrientes” e imponer la corriente alterna como sistema más eficiente de transporte de electricidad. Desde la fundación de su primera empresa en 1885, Nikola trabajó en la iluminación pública de ciudades como Nueva York, fabricó bobinas, alternadores y motores de inducción, patentó diversos sistemas de corriente alterna mono y polifásica, experimentó con ondas de radio y corrientes de alta frecuencia, construyó sus primeros autómatas radiocontrolados e inició, en 1901, la construcción de la torre Wardenclyffe en Long Island (MIT) basada en una de sus ideas más revolucionarias y uno de sus mayores proyectos: construir un sistema global sin cables tanto para la comunicación como para la transferencia de energía, que denominó World System y que la comunidad científica de la época acogió como otro de los extraños experimentos de Tesla para demostrar teorías que consideraban irrealizables. Por enésima vez, los problemas financieros llevaron al traste este fantástico proyecto que concluyó, en 1917, con la demolición de la torre para saldar deudas. Visionario e inteligente como pocos, fue sin embargo incapaz de rentabilizar sus creaciones: George Westinghouse le hizo renunciar a los derechos de explotación de la distribución de corriente alterna a distancia y Guglielmo Marconi le arrebató el premio Nobel (en 1909) por el invento de la radio, cuya patente le fue tardíamente reconocida a Tesla en 1943 por la Corte Suprema de Estados Unidos (blog “Radio Tesla”; Instituto Nacional de Propiedad Industrial). A lo largo de lo que fue una vida jalonada por los altibajos de éxito, finanzas y credibilidad, la lucidez de Tesla le llevó a hablar de sus detractores en estos términos: “El presente es de ellos, pero el futuro por el que he trabajado es mío”.

También Mónico Sánchez Moreno fue un visionario que emigró a Estados Unidos para estudiar electricidad y, a su regreso, se convirtió en el innovador más destacado de la España anterior a 1936. Fue capaz de emprender con éxito y realizar sus proyectos en el Laboratorio Eléctrico Sánchez, una empresa de alta tecnología instalada en su Piedrabuena natal y creada de la nada en 1912 (junto con una central eléctrica), donde se construyeron los aparatos de rayos X portátiles que salvaron miles de vidas durante la I Guerra Mundial y que llevaron las técnicas radiológicas a cualquier lugar con una toma de corriente continua o alterna (MUNCYT; blog “Tecnología Obsoleta). En el Laboratorio Sánchez de Piedrabuena también se fabricaron tubos de Crookes para experimentación con la tecnología alemana más avanzada de la época, y de allí salieron gran cantidad de electrodos que funcionaban con su aparato de alta frecuencia y corrientes de alto voltaje, muy utilizadas por los tratamientos de electromedicina que había introducido el doctor Arsène D’Arsonval.  Sin embargo, la Guerra Civil española y sus consecuencias primero, y la II Guerra Mundial después, terminaron por ahogar un negocio que en otras circunstancias habría continuado siendo rentable. Fiel a su carácter emprendedor e inasequible al desaliento, abrió en su pueblo una fábrica de hielo, una gasolinera y, en los últimos años de su vida, incluso un cine. Injustamente desconocido del gran público, las 120 piezas del legado del Laboratorio Sánchez expuestas en la sede de Coruña del MUNCYT constituyen la mayor colección en España  de objetos de laboratorio de fabricación nacional y un modesto recordatorio de las figuras de la innovación española que es urgente rescatar del olvido.

Nikola y Mónico dedicaron su vida a hacer más fácil y segura la vida de las personas y, mucho antes de que Naciones Unidas estableciera sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030, ambos pusieron su genialidad al servicio de la humanidad: Tesla soñaba con una sociedad desarrollada y comunicada con un sistema sostenible que aprovechara los recursos de la Tierra (ODS n.º 7, 9 y 11) respetando siempre la naturaleza (ODS N.º 12, 13 y 15), mientras que Mónico contribuyó a promover el bienestar y la salud en todas las edades y para todas las clases sociales (ODS N.º 3), a la vez que creó nuevas oportunidades de trabajo y mejoró los estándares de vida (ODS N.º 8) de la época. Ambos demostraron confiar en la ciencia como instrumento de progreso para reducir las desigualdades (ODS N.º 10) y la pobreza (ODS N.º 1) y, aunque la historia todavía no les haya dado la razón, siempre confiaron en la tecnología como instrumento de paz (ODS N.º 17).

Quizá cuando se logre la transmisión inalámbrica de energía y dispongamos de ella de modo gratuito y renovable el mundo sea mucho más humano y menos desigual.


Suresnes, noviembre de 2020


 

sábado, 25 de julio de 2020

CONTEXTOS y ECOSISTEMAS

Acabo de publicar el artículo " Traduire l'environnement : une question d'écosystèmes " en la Revue Traduire de la SFT. Son reflexiones sobre la importancia del contexto a la hora de comprender en su globalidad los textos sobre temas medioambientales inscritos en el discurso científico. Como está en francés, dejo aquí un pequeño resumen de las ideas principales, y también de las imágenes. Cualquier pregunta o comentario serán bienvenidos.

En mi trabajo de traductora especializada, las "operaciones de reverbalización" deben acompañarse de una elaboración discursiva que vaya en el sentido de producir un texto fluido y perfectamente adecuado a su contexto. Es lo que Maggi (2019) denomina "textualización". 

Nada de todo esto es posible sin COMPRENDER, de modo que el foco se desplaza entonces hacia el CONTEXTO, que el DRAE define así:
Con mi formación de bióloga y mi especialización en temas de medio ambiente, todas estas acepciones me traen inevitablemente a la memoria lo que ocurre en la naturaleza, donde los seres vivos nos movemos en un medioambiente (nuestro contexto) de circunstancias que resultan de nuestras interacciones mutuas y de nuestros intercambios con un medio inerte del que extraemos los recursos necesarios para nuestra supervivencia (y en el caso de una parte de seres humanos, incluso más allá de nuestras necesidades básicas). 

Y en el momento en el que pienso todo esto recuerdo la ilustración de mi libro escolar de Ciencias Naturales y en mi cerebro surge la idea de tratar el discurso (los tipos de textos, para entendernos, ver acepciones 9, 10 y 11 del DRAE) de las ciencias ambientales como si de un ecosistema se tratara, reciclando de modo metafórico los conceptos básicos de la ecología para observar y analizar mejor los límites, el alcance y las dificultades de traducir (y por lo tanto de comprender) textos sobre medio ambiente.



Hildo Honorio do Couto apunta a Edward Sapir como el primero que relacionó lengua y medio ambiente en una conferencia publicada en 1912, aunque no desde la perspectiva de la moderna ecolingüística, de modo que la idea de inspirarse de las ciencias de la vida, y en particular de la ecología o de la biología del medio ambiente para explicar el funcionamiento y la evolución de las lenguas o del lenguaje no es novedosa: muchos son los autores que han reflexionado sobre este tema desde que Einar Haugen publicara, en 1971, su "Ecología de la lengua", considerada la obra fundadora de los enfoques ecológicos en lingüística, más tarde bautizados como ecolingüística. Así es que la lingüística tampoco ha escapado a la proliferación, en los últimos años, de las palabras de la ecología en todos los campos del conocimiento, incluso en aquellos considerados (erróneamente) como poco o nada "científicos", como la economía o las ciencias sociales. 

El uso de los mismos términos y conceptos de una ciencia, como la ecología en este caso, para describir rasgos esenciales de sistemas reales muy diferentes y encontrar leyes generales aplicables a la comprensión de su dinámica es una de las ideas de la teoría general de sistemas, que busca elaborar herramientas que capaciten a otras ramas de la ciencia en su investigación práctica. Así pues, en opinión de Longhi (2012) la ecología se ha convertido en algo así como una metadisciplina que, como señala Guilhaumou (2010), está al servicio de un enfoque cada vez más dinámico de las relaciones entre los hombres, las lenguas y su entorno. 

Sin ninguna pretensión ecolingüística, quiero simplemente pedir prestados ciertos conceptos y términos de la ecología para subrayar la importancia de tener en cuenta los contextos de un texto valiéndome de la metáfora medioambiental como hilo conductor previo a cualquier intento de comprensión de textos más o menos especializados sobre temas de ecología y medioambiente. 



El medioambiente, la naturaleza y el desarrollo sostenible son fuente de discursos muy variados, que van desde el artículo científico especializado a la comunicación ecologista que milita por una sensibilización social urgente en cuestiones medioambientales. Estos temas están cada vez más presentes en nuestra vida cotidiana, de modo que se insertan en la complejidad del discurso científico. Considerado como un todo, este discurso sería asimilable a un ecosistema natural de contornos y geometría variable según los individuos de sus biocenosis (productores y consumidores de contenidos científicos, divulgadores como "descomponedores" que descodifican la jerga especializada para el público de consumidores), su biótopo (contexto y complejidad lingüística) y sus múltiples interacciones y flujos de materia y energía (componente pragmática y contexto socioeconómico y cultural).

Conviene por lo tanto recordar que el preconstructo cultural de los autores científicos tiene una importancia nada despreciable en la biocenosis del discurso de la ciencia y del medioambiente, como ya observaba Fleck en su "Génesis y desarrollo de un hecho científico" (1934), para quien la producción y la validación de los conocimientos científicos no pueden ni deben realizarse al margen de la sociedad o de la cultura. Como apunta Fanny Rinck (2010), "los hechos científicos no se dan objetivamente sino que se construyen colectivamente". Queda claro entonces que la coexistencia en nuestro ecosistema discursivo de "distintas especies" con distintos objetivos, necesidades y capacidades (preconstructos culturales) provoca fenómenos:
  • De competición (por ejemplo, la pugna por publicar en revistas especializadas de alto impacto)
  • De predación (por la financiación de estudios y proyectos, por ejemplo)
  • De parasitismo (bien ejemplificado por el plagio y la proliferación de contenidos pseudocientíficos)
  • De comensalismo (como las becas de investigación, por ejemplo)
  • De simbiosis (con el clásico ejemplo de autor-traductor)
  • De mutualismo (como los proyectos interdisciplinarios o los trasvases entre científicos y emprendedores)
Igual que en la naturaleza, estas relaciones crean equilibrios muy inestables en los que rápidamente una especie dominante puede convertirse en dominada, y viceversa. Un ejemplo claro es la presión que actualmente ejerce un público (en su mayoría no especializado) especialmente interesado en temas de medio ambiente y desarrollo sostenible, que hace que los productores de textos basculen hacia la ecoimpostura y reorienten su discurso en busca de aceptación pública. Sin embargo, este nuevo contexto también beneficia a los actores de la divulgación científica, que han comenzado a explorar nuevos géneros y formatos de comunicación (cómic, audios, vídeos, redes sociales, puestas en escena teatralizadas...) sobre temas de ecología. Como frente a todas las modas, Parrenin y Vargas (2020) recomiendan prudencia frente a esta avalancha de divulgación en el ámbito medioambiental, ya que su estudio del tratamiento de la biodiversidad relacionada con el cambio climático muestra que "si bien ciertos discursos divulgativos hacen gala de un rigor científico ejemplar, otros están más orientados". 

Respecto a los factores abióticos, me interesa destacar, por su carácter perturbador y artificial, a dos en particular: la contaminación y el acúmulo de deshechos. La contaminación de nuestros ecosistemas naturales puede asimilarse a la influencia de otras lenguas sobre nuestro idioma materno (sobre todo el inglés en el ámbito científico, pero de esto ya publicaré otras entradas) y los deshechos son toda la basura lingüística (gramatical, ortográfica, tipográfica, semántica) y los errores conceptuales que pueden acumularse en algunos textos.   

Almería, 25 de julio de 2020
 

23


 

viernes, 5 de junio de 2020

«PALABROS»

ECONOPATÍA

Detrás de este «palabro», que quizá termine por aceptar la RAE 😉, se esconde una estupenda entrada del blog «Nada es gratis», firmada por Juan Francisco Jimeno.

A la pregunta ¿qué pinta aquí esta entrada «sobre Economía» cuando esta bitácora se llama «Mares de Ciencias» y la escribe una bióloga marina metida en letras?

Hay varias respuestas:

  • Ciencias hay muchas, y las Sociales son una rama del conocimiento, tan «científica» como otras.
  • Lo que aquí se lee no solo se puede, sino que se debe aplicar a cualquier práctica profesional.
  • Está escrito para que se entienda perfectamente.
  • Los neologismos, aunque no sean «oficiales», siempre son interesantes.
  • Me parece una palabra explicada con mucha ciencia.

Jimeno dice que las econopatías son «Enfermedades que sufren los economistas (y los que pretenden pasar por serlo) en el ejercicio de su profesión. Lo que hacen los economistas (y los que pretenden pasar por serlo) cuando dicen que están haciendo Economía pero en realidad están haciendo otras cosas.»

En realidad, podríamos sustituir la palabra economistas por cualquier otra (biólogos, físicos, químicos, geólogos, ingenieros...) y la palabra Economía por la rama correspondiente a cada profesión, porque como señala Jimeno, en cualquier disciplina científica «solo hay dos tipos de análisis: el que se hace bien y el que se hace mal. Y el malo es especialmente perjudicial porque, además de conducir a conclusiones erróneas, obliga a que haya que dedicar tiempo y esfuerzo a desterrar ideas preconcebidas y equivocadas, y no tanto a objetivos más loables.»  

Para saber cuáles son los peligros que acechan en el momento de hacer un análisis remito a la lectura de su artículo, porque encontraréis frases tan sabrosas como esta:

«La heterodoxia solo es útil cuando nace del profundo conocimiento de la ortodoxia. Si tiene cualquier otro origen o justificación, no es heterodoxia, es ignorancia.»

Los franceses dirían Chapeau !


Mar

miércoles, 20 de mayo de 2020

DE COP21 A COP25: NUEVAS PALABRAS EN JUEGO

    El lenguaje lo crean y lo modifican las sociedades porque es una práctica social aprendida de uso común. Por eso es lógico que se produzcan cambios en sus sonidos (nivel fonético-fonológico), en sus significados (nivel léxico-semántico), en sus estructuras (nivel sintáctico), en sus formas (nivel morfológico) o en los contextos en los que se produce (nivel pragmático).  

    Los motivos de estas variaciones lingüísticas son múltiples y complejos. Aunque en general suelen ser cambios naturales no dirigidos, que resultan de la historia de las poblaciones (en términos de desplazamientos geográficos, flujos y contactos entre pueblos, o para nombrar las nuevas realidades fruto de los avances en las actividades humanas), también es posible introducir artificialmente cambios en el lenguaje orientados a variar la percepción social que tienen los hablantes sobre una determinada cuestión.

    El ejemplo más claro de estos cambios orientados son las recomendaciones de uso de un lenguaje institucional garante de corrección política, que no descalifique ni discrimine a personas o grupos definidos por características como la raza, el sexo, la nacionalidad, la edad, las preferencias sexuales, las discapacidades, etc.  Al reciente debate sobre la conveniencia o no de generalizar el lenguaje inclusivo, apoyado en la idea de que «lo que no se nombra, no existe» se unen ahora las recomendaciones lingüísticas para comunicar sobre cuestiones medioambientales siguiendo las tesis de grupos como Ecologistas en Acción, para quienes «cuando cambiamos el lenguaje también cambiamos la forma en la que pensamos».  

    La realidad es que dos fenómenos tan complejos como el pensamiento y el lenguaje solo parecen explicarse conjuntamente porque, al ser complementarios, están indisolublemente ligados, como explican Gabriela Zunino y Alejandro Raiter, de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. Sin embargo, la naturaleza de esta relación es ya un debate filosófico clásico entre universalistas, para quienes el lenguaje refleja las pautas universales de nuestro modo de conocer y, por eso, no afectan a la percepción de la realidad, y relativistas, para quienes el lenguaje, básicamente arbitrario y cultural, sí permite que una lengua influya en cómo percibimos el mundo.  

    Entre las teorías lingüísticas más conocidas, la vertiente fuerte de la hipótesis de Sapir y Whorf (llamada determinismo lingüístico) asume que la lengua puede actuar directamente sobre el pensamiento de manera terminante y unidireccional, lo que, como explica Juan Santana en su análisis de los mecanismos léxicos de la corrección política en inglés, lleva a pensar que,  «si se eliminan ciertas palabras, los conceptos a los que estas aluden acabarán por ser literalmente impensables». Es lógico imaginar por lo tanto que también lo contrario es posible: si se crean las palabras, los conceptos a los que aluden acabarán por imponerse en el pensamiento del hablante. Sin embargo, existe una versión más moderada de la hipótesis de Sapir y Whorf que asume que, aunque el lenguaje sí influye en el pensamiento, no lo determina. Esto deja la puerta abierta a pensar que hay otros muchos factores que también modelan el pensamiento, o incluso que sea el pensamiento el que actúe cambiando el lenguaje. Sea como sea, es un hecho que los términos medioambientales están haciéndose hueco en el vocabulario de nuestro día a día, quizá porque también el espacio mediático que ocupa el medio ambiente, con los fenómenos climáticos como uno de sus temas estrella, ha aumentado considerablemente en los últimos años.

    Por eso no fue ninguna sorpresa que los diccionarios Oxford eligieran «emergencia climática» como término del año 2019, después de que su frecuencia de uso se multiplicara por 100 en apenas un año. Pero no solo se aprecia un incremento en el uso de palabras relacionadas con el clima, sino que también se observan cambios en las combinaciones de palabras (colocaciones), en un fenómeno que, según Jesús Andaluz, de Ecologistas en Acción, tiene que ver con «asumir y aceptar que nos encontramos ante un reto de grandes magnitudes que nos afecta en muchísimos aspectos de la vida cotidiana».


    Ya en mayo de 2019 el periódico británico The Guardian incluyó en su libro de estilo la recomendación de adoptar un lenguaje que, sin comprometer la precisión científica, alertara sobre la urgente necesidad de actuar para frenar lo que abogan por denominar «crisis, urgencia o emergencia climática» en lugar de «cambio climático». Para la editora de The Guardian, la palabra «cambio» no vehicula en absoluto la idea de «catástrofe para la humanidad» a la que considera aluden los científicos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIECC, más conocido por sus siglas inglesas IPCC). También la Fundéu española, comprometida con el buen uso del lenguaje en los medios de comunicación, ha hecho sus propias recomendaciones respecto a los usos de «crisis climática», «cambio climático», «emergencia climática» y «calentamiento global».

    Días antes de la 25. ª conferencia de las partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP25), que tuvo lugar entre el 2 y el 15 de diciembre de 2019​ en Madrid bajo la presidencia de Chile, un grupo de científicos respaldados por 11 258 firmantes de 153 países publicó en la revista Bioscience un artículo donde consideraban la necesidad de «decir las cosas tal y como son» al conjunto de la sociedad, porque «el planeta Tierra está clara e inequívocamente frente a una emergencia climática». Con una opinión radicalmente diferente, otro grupo de 500 científicos dirigió una carta al secretario general de Naciones Unidas  donde se oponían al uso de la palabra emergencia para hablar de la situación climática actual.

    La polémica está servida: no todos los comunicadores consideran positiva esta actitud militante del periodismo científico, de la que opinan puede llegar a desacreditarlo o banalizar la temática del clima, como ha ocurrido con la nutrición, donde desde el punto de vista informativo es difícil distinguir lo factual de lo ideológico, lo científico de lo pseudocientífico.

    Frente a iniciativas mediáticas abiertamente militantes, como Covering Climate Now, nacida con la intención de «ofrecer un abanico de estrategias informativas compatibles con el futuro de reducción de 1,5 °C de la temperatura atmosférica global que preconizan los científicos» para compensar el «silencio sobre el clima que ha sido hasta ahora la norma en la mayoría de medios de comunicación, sobre todo estadounidenses» y concienciar a ciudadanos y políticos de su capacidad de presión sobre los sectores que deben reducir sus emisiones, muchos comunicadores científicos eligen una vía que consideran más profesional. Matthew C. Nisbet, en su artículo sobre los problemas del periodismo científico sobre el clima, alerta del peligro de comunicar poniendo solo el foco en las dramáticas consecuencias de los efectos del calentamiento sin comentar adecuadamente el distinto grado de incertidumbre de cada modelo, o los riesgos de aplicar una escala valorativa a datos objetivos de (in)certidumbre obviando el lenguaje científico calibrado del panel de expertos del GIECC, como sugiere el trabajo de Luke C. Collins y Brigitte Nerlich.

    Michael Bruëggemann, experto en comunicación sobre ciencia y clima de la Universidad de Hamburgo firma un interesante artículo sobre la contribución del periodismo a la insostenibilidad del debate sobre el clima, donde afirma que con demasiada frecuencia los informadores simplifican en exceso la ciencia y presentan hechos dependientes del contexto o datos preliminares como hechos establecidos y probados.

    El cambio climático es un ejemplo tipo de lo que se considera ciencia posnormal, donde «los factores son inciertos, hay valores en disputa, los riesgos son altos y las decisiones urgentes», lo que para Brueggëmann justifica que el periodismo posnormal sea «esencialmente interpretativo»  y se caracterice por «borrar las fronteras entre periodismo, ciencia y militancia».

    Por curiosidad, he querido hacerme una idea de la evolución del vocabulario referido al clima durante los cuatro años que separan el Acuerdo de París, firmado durante la COP 21, y la COP 25 de Madrid. Decidí para ello comparar varios documentos de Greenpeace referidos a estas dos conferencias. Me pareció interesante trabajar con los textos que una organización ecologista como Greenpeace (ver tabla) pone a disposición del público en su página web, para observar los cambios en el lenguaje de un colectivo que lleva luchando por el medio ambiente desde 1971, y que milita por la reducción de las emisiones de CO2 desde mucho antes de la actual mediatización de los fenómenos relacionados con el clima.

TABLA DE DOCUMENTOS EMPLEADOS PARA CONSTRUIR LOS CORPUS

COP 21 (PARÍS, 2015)

COP 25 (MADRID, 2019)

COP21 de París. La Cumbre de los héroes anónimos por el clima

https://es.greenpeace.org/es/wp-content/uploads/sites/3/2019/11/Dossier-medios-COP25-GPS-Madrid.pdf

Claves para entender el acuerdo firmado en la Cumbre del clima de París

Manifiesto marcha 6-D

Valoración de Greenpeace de la COP 25 de Madrid

N.º total de palabras

13350

8436

Se trata de una comparación rápida, sin ninguna pretensión más allá de la de apuntar tendencias que corroboren o no la presencia de cambios lingüísticos en el discurso ecologista sobre el clima. La comparación está simplemente basada en el análisis de las frecuencias relativas de aparición ([número de veces que aparece la palabra × 100] ÷ número total de palabras del corpus) de las palabras más usadas en los dos corpus de textos creados para este ejercicio, uno para la COP21 y otro para la COP25. 

 La infografía muestra que, tomando aisladamente las palabras, algunas como tecnología(s), energía(s) y renovable(s) aparecen entre cuatro y siete veces más en los documentos de la COP21 que en los textos de la COP25. Otras palabras, como conciencia o concienciar han desaparecido totalmente de los documentos de la COP25, en los que aparecen dos nuevos términos: un sustantivo, emergencia, acompañado del adjetivo climática, y un adjetivo calificativo, anticlimática, acompañando al sustantivo política.

    Se observa asimismo que el uso del verbo poder se reduce a la mitad en los en los textos de la COP25, donde sin embargo se triplica el uso del verbo deber, en lo que interpreto como una tendencia a pasar de la posibilidad o la capacidad a la obligación y el mandato. Algo similar ocurre con el verbo cambiar, que en los documentos de la COP21 es 13 veces más frecuente, mientras que en la COP25 se prefiere hablar de transición o de reducción / reducir, en lo que podría ser un intento de concretar qué tipo de cambio es el que debe intervenir.

    Es curioso además notar el doble de apariciones del verbo luchar en el vocabulario de la COP 25, así como de palabras como ambición, ciudadanía, crisis, medidas, urgencia y político/a/s, cuyo conjunto me parece que llama a la acción ciudadana en favor de la adopción urgente de medidas contra el aumento de la temperatura a escala del planeta.

    Entre las palabras que prácticamente no sufren variación de uso encontramos, como es lógico, las referidas a los temas centrales de la temática climática (clima, temperatura, desarrollo, niveles, aumentar…).

    Un vistazo a dos ejemplos de palabras en las que se aprecia una variabilidad en sus colocaciones muestra claramente como crisis era una palabra neutra en los documentos de la COP21 (combinada simplemente con su artículo, pero no acompañada de adjetivos), mientras que en el corpus de la COP25 es una palabra asociada tanto a verbos dinámicos (detener, sacar, poner fin, abordar, producir) como a adjetivos descriptivos (climática, extrema). La misma tendencia se observa en las colocaciones de las palabras político(s), política(s), que son mucho más variadas y numerosas en los documentos de la COP25 que en los de la COP21, en lo que yo considero una prueba más de la intención de concretar acciones en ciertos campos (agrícola, hidráulico) o de calificar políticas existentes (anticlimáticas, neoliberales, extractivista, gubernamental, necesaria…)

    Con este pequeño ejercicio práctico de comparación de documentos está claro que el lenguaje que se utiliza para hablar de los fenómenos climáticos está en plena evolución y que, al debate filosófico sobre la correspondencia entre el conocimiento de la realidad y su expresión se superpone un gran debate sobre cómo comunicar sobre los fenómenos climáticos de nuestro planeta.

Ya sea traducción del pensamiento, determinante del pensamiento, o vehículo del pensamiento, me parece que el lenguaje tiene mucho que ver con la construcción de nuestra visión del mundo. Por eso parece razonable la visión de Nysbet, partidario de un periodismo que sea capaz de recoger el amplio espectro de opiniones de expertos en temas tan complejos como estos, y que esté dispuesto a investigar sobre los eventuales sesgos, motivaciones y prácticas de estos expertos para promover su trabajo científico o servir a intereses políticos según sus preferencias.  El riesgo, como recuerda el filósofo Laurent Fedi en su artículo «Maneras de hablar, maneras de pensar», es que los modos comunes de expresión puedan encerrarnos en marcos ideológicos de los que es tanto más difícil salir cuanto que el vocabulario empleado se nutre del registro codificado por el sistema.

Está claro que en cuestión de clima, llueven polémicas en donde las palabras dan mucho juego, porque lo cierto es que hay mucho en juego.

 

 

 

 

 

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martes, 19 de mayo de 2020

SUBE A BORDO

Llegó el momento, tan procrastinado, de retomar este blog, iniciado en 2013.
Ya sé que blog es una voz inglesa aceptada, pero mi nombre marino me hace preferirle el de cuaderno de bitácora, ese libro, como dice el DRAE, en que se apunta el rumbo, velocidad, maniobras y demás accidentes de la navegación. Y es que maniobras haré miles e incidentes de navegación los tendré a diario, porque he decidido hacerme a la mar de la divulgación científica sin más equipaje que la brújula de la curiosidad y los mapas del aprendizaje y sin otro destino que el de ampliar el horizonte de mis conocimientos.
A los que queráis acompañarme en estas primeras bordadas, no olvidéis vuestro salvavidas, que al principio habrá marejada. 

¿Embarcamos?

MFN