domingo, 22 de mayo de 2022

RAZAS GANADERAS AUTÓCTONAS: LAS CENICIENTAS DE LA BIODIVERSIDAD

22 de MAYO, DÍA INTERNACIONAL DE LA BIODIVERSIDAD

El cambio climático ocupa portadas y abre telediarios. Y con razón.  

Sin embargo, el calentamiento global no debería hacernos olvidar otros aspectos de la crisis medioambiental que, como la pérdida global de biodiversidad, son igual de urgentes. Además, cambio climático y pérdida de biodiversidad son causas y consecuencias recíprocas. 

Cara y cruz de nuestra supervivencia como especie.

Fotografía de Rebe Pascual en Unsplash

Comprender por qué hay que preservar la biodiversidad es más complicado que entender por qué no debe aumentar la temperatura del planeta. Y quizá por eso el estudio del Instituto Internacional para el Medioambiente y el Desarrollo advierte en The Lancet que la biodiversidad es mucho más que el triste destino al que están abocados elefantes, osos polares o exóticas lianas amazónicas. Nos encogen el corazón las historias de especies salvajes icónicas en peligro de extinción, pero nos han alejado de otras realidades muy próximas, como la vertiginosa desaparición de razas autóctonas de ganado, las cenicientas de las políticas de conservación de especies.

La Cumbre de la Tierra de 1992 identificó la variedad de plantas cultivadas y animales de granja como uno de los pilares básicos de nuestra seguridad alimentaria, pero hasta 2019 no se ha elaborado el primer informe mundial sobre esta «agrobiodiversidad». Un informe que advierte que la desaparición de estas especies que nos alimentan, silvestres —como plantas comestibles, abejas o microorganismos— o domésticas —como las 7745 razas ganaderas locales en el mundo, de las que un 26 % está en riesgo de extinción— es irreversible. Una pérdida que afecta especialmente a las zonas rurales y a las mujeres de países pobres, infravaloradas como guardianas de esta riqueza animal.

Las especies agrícolas y ganaderas son menos mediáticas que sus parientes silvestres. Despreciadas desde que el hombre del Neolítico comenzara a domesticarlas para alimentarse, y con ello comenzara a transformar su entorno natural, han recibido la puntilla con las prácticas intensivas de un sistema globalizado de distribución a larga distancia y gigantes agroalimentarios. Pueblos que se vacían, espacios naturales sensibles que se recalifican en urbanizables, bosques autóctonos que se talan, agricultura y ganadería rurales poco lucrativas, incendios forestales cada vez más numerosos que aceleran la desertificación y la degradación del suelo. Se ha desmantelado un modelo campesino sostenible que la protección de razas ganaderas autóctonas permitiría restaurar.

Para no confundir churras con merinas, hay que recordar que el modelo intensivo que denuncian distintas asociaciones ecologistas nada tiene que ver con la ganadería tradicional, y aunque esta también contribuye en menor medida a la emisión de gases de efecto invernadero, es una de las primeras víctimas del calentamiento global. Disponer de razas rústicas con material genético adaptado a condiciones ambientales extremas es fundamental frente a un futuro climáticamente incierto y una población cada día más numerosa. Además, el medio rural custodia la mayor parte de los recursos naturales de un país y juega un papel clave, tanto para atrapar el CO2 que calienta la atmósfera, como para atenuar sequías, prevenir incendios forestales o frenar la degradación del suelo. Por eso, defender las razas ganaderas autóctonas no es ningún sinsentido ecológico.

Las razas ganaderas autóctonas preservan además la historia de los usos del campo y una tradición de saberes complejos transmitidos de generación en generación, frecuentemente por mujeres. Y esto también es biodiversidad, no natural pero sí cultural. Para Antonio Molina Alcalá, del departamento de Genética de la Universidad de Córdoba, una raza ganadera «es un patrimonio vivo de la humanidad que tiene el mismo derecho a ser preservado que un resto arqueológico, una lengua o un edificio histórico», pero sobre todo, una oportunidad de revitalizar el campo con un modelo de desarrollo que perpetúa ecosistemas tan valiosos como las dehesas o los prados. Unos espacios naturales tan profundamente intervenidos por el hombre que preservarlos depende, precisamente, de que siga haciendo en ellos lo que tradicionalmente ha hecho durante siglos. La Red Natura 2000 busca justamente proteger espacios que salvan especies y viceversa para crear un círculo virtuoso de conservación de biodiversidad y hábitats en Europa.

En la cántabra Dehesa La Lejuca María y Lucio lamentan que la ganadería sobreviva gracias a las ayudas. Son uno de tantos ejemplos de ganaderos que tratan de invertir la tendencia apostando por un modelo extensivo de producción, en su caso también ecológica y certificada, con vacas de raza Tudanca (autóctona y en peligro de extinción). Para ellos «comer bien es un derecho» y, alimentando a sus Tudancas solo con pastos, obtienen carne excepcional y «de temporada». Eliseo Jiménez está jubilado, pero sigue enamorado de unas vacas Berrendas que cría contra viento y marea en Navahondilla (Ávila). No se cansa de alabar su mansedumbre y su nobleza, la calidad de su carne —«mejor que la Angus»— y sigue asombrándose cuando gatean como cabras en busca de pasto. Pero se queja de que solo sea rentable criarlas para «vida» (ejemplares de raza pura vendidos como reproductores) y no para «carne». Esto lleva a muchos ganaderos a cruzarlas indiscriminadamente con otras más productivas, como las razas autóctonas de fomento o extranjeras integradas, lo que desvirtúa la pureza de las razas locales y favorece el abandono de su explotación, hasta que terminan por desaparecer.

Cristóbal Yuste lleva criando ovejas de la raza Merina de Grazalema toda la vida y para él «el campo se está poniendo mayor» porque el problema, dice, «es un relevo generacional que brilla por su ausencia» aunque «la ganadería es la que ha hecho el parque natural [de la Sierra de Grazalema]». Miguel Gil, consultor y asesor del programa europeo Bioheritage para la protección de los espacios naturales y el ganado autóctono recuerda que «esas razas [autóctonas] han sido la clave para crear los espacios naturales protegidos tal y como los conocemos». Investigadores españoles e italianos atribuyen la particular biodiversidad de la Península Ibérica justamente a esta histórica interdependencia de ecosistemas naturales y actividad humana. También el estudio liderado por Elena Velado Alonso parece confirmar que los usos ganaderos extensivos y sostenibles de la España peninsular han producido una gran diversidad de razas autóctonas cuya explotación favorece y mantiene, a su vez, la biodiversidad silvestre. Biodiversidad silvestre y agrobiodiversidad son, por lo tanto, dos caras de la misma moneda.

El Catálogo Oficial de Razas de Ganado lista todas las razas ganaderas «reconocidas, utilizadas y que son objeto de un programa de cría en España por su interés económico, zootécnico, productivo, cultural, medioambiental o social». Oficialmente son 161 razas autóctonas, de las que 135 están en peligro de extinción y es el Programa Nacional de conservación, mejora y fomento de las razas ganaderas el que coordina las acciones de gestión, conservación y mejora del patrimonio genético de las razas españolas, a través de usos sostenibles e integrados en la socioeconomía local. 

Las medidas de conservación pueden buscar conservar la raza explotada en su ambiente característico (in situ) o constituir una «copia de seguridad» del material genético de las razas autóctonas ex situ para restaurar la población si se pierde variabilidad por consanguinidad (en poblaciones demasiado pequeñas) o se extingue. Para conservar esta muestra genética hay dos opciones, en los llamados «bancos de germoplasma» a bajísima temperatura o gracias a los «rebaños de seguridad» de animales de pura raza mantenidos fuera de su ambiente original para evitar su desaparición. Se busca estudiar, desarrollar y utilizar a lo largo del tiempo la diversidad genética de razas autóctonas para conservar genes únicos de resistencia a enfermedades, estrés térmico, humedad extrema, sequía o de aprovechamiento de pastos pobres. El objetivo es poder hacer frente a condiciones climáticas desfavorables con estas «copias de seguridad» y las técnicas de los laboratorios de genética molecular animal.


El
proyecto Bestiarium del fotógrafo José Barea es una forma artística, pero igualmente eficaz, de preservar este patrimonio vivo, porque además de fantásticos retratos de animales de nuestras razas autóctonas, invita a «reflexionar sobre el distanciamiento, cada día mayor, entre el mundo rural y el urbano».

A pesar de todo, son demasiadas las razas autóctonas que están a punto de desaparecer en España, porque crear o mantener una explotación ganadera de estos animales es como una carrera de obstáculos y, como advierte la Federación de Asociaciones de Criadores de Razas Autóctonas en su página web, el propio ganadero es «quizás, una de las especies más en peligro de desaparecer».

Exposición del proyecto «Bestiarium», de José Barea

La cría de animales en el campo compite con actividades locales industriales o del sector servicios más lucrativas. Pero su gran enemigo son las explotaciones intensivas que crían a escala industrial razas extranjeras o autóctonas más o menos cruzadas. Son estos cruces dirigidos únicamente a maximizar los beneficios económicos en términos de productividad los que, según la FAO, suponen la mayor amenaza para el patrimonio genético del ganado autóctono puro. Aunque la explotación en régimen extensivo o semiextensivo de las razas rústicas autóctonas produce menos en cantidad, sus productos tienen un gran valor añadido en términos de calidad nutricional, gustativa y de bienestar animal, además de la ya comentada protección de usos sostenibles en territorios biodiversos.

Desde 2013 existe en España un etiquetado «100 % Raza Autóctona» para promover el consumo de estos productos, pero debe acompañarse de medidas que inciten a elegir y explotar localmente estas razas, porque convertir una cabaña cruzada en pura requiere de seis a siete años. Cuando una raza no es competitiva o no se puede seguir explotando en su hábitat tradicional, sin incentivos se extingue. Las acciones deben crear un mercado rentable, pero sobre todo estable, para productos como carne, leche y sus derivados, huevos, lana, piel, cuerno, etc. de calidad excepcional. Y aprovechar la oportunidad para vincular estas explotaciones ganaderas con actividades de turismo sostenible o de transformación a escala local.

Criar animales autóctonos de pura raza obliga a ciertos trámites administrativos que, aunque pueden ser fastidiosos, son la mayor garantía de protección del ganadero frente al fraude y el modo de recibir las ayudas e incentivos autonómicos, nacionales y europeos que la apoyan. Al fastidio administrativo, se suma la pesadilla de que algún animal dé positivo en los controles sanitarios de las enfermedades de los rumiantes sujetas a programas de erradicación, como la tuberculosis y la brucelosis.

Un positivo en un rebaño obliga al sacrificio preventivo del ejemplar para cortar la cadena de contagios, pero como explica Marisol López Hernández, coordinadora de las Campañas Oficiales de Saneamiento en la provincia de Ávila, «en el caso de los inscritos en el libro genealógico de la raza, la indemnización por el sacrificio obligatorio de una res positiva se incrementa respecto a la que reciben por las no inscritas». Para eliminar el agente infeccioso del medio natural, algo vital para que sobreviva el ganado autóctono, la vigilancia y el control se extienden además a los animales sacrificados en matadero, a la fauna silvestre (ciervos, jabalíes, tejones…) y al ganado caprino. Castilla y León fue pionera en España cuando, en 2013, puso en marcha el programa de erradicación de la tuberculosis caprina y, como comenta la veterinaria, «gracias a la perseverancia de los controles, en 2020, de un total de 2000 rebaños castellanoleoneses de cabras, solo hubo un caso confirmado de la enfermedad».

Chelo Gámez es un ejemplo de cómo un proyecto, que ella describe como «científico-romántico», de recuperación de razas autóctonas, en su caso el cerdo ibérico Rubio Dorado Gaditano en la serranía de Ronda, puede convertirse en un éxito económico. Esta economista jubilada de la Universidad de Málaga pretende ahora cerrar el ciclo de producción de productos del Rubio Dorado Gaditano para revitalizar la economía del valle del Genal, que también alberga una joya botánica en peligro de extinción: el pinsapo.

Es hora de defender una ganadería local, diversa, protectora de espacios naturales, oficios ancestrales y paisajes humanos únicos en nuestra geografía. Y quizá, como dice Cristóbal Yuste, sea una buena idea «crear una asignatura en las escuelas para que los críos vieran que el campo es productivo, que del campo sale todo».