22 de MAYO, DÍA INTERNACIONAL DE LA BIODIVERSIDAD
El cambio climático ocupa portadas y abre telediarios. Y con razón.
Sin embargo, el calentamiento global no debería hacernos olvidar otros aspectos de la crisis medioambiental que, como la pérdida global de biodiversidad, son igual de urgentes. Además, cambio climático y pérdida de biodiversidad son causas y consecuencias recíprocas.
Cara y cruz de nuestra supervivencia como especie.
Fotografía de Rebe Pascual en Unsplash
Comprender por qué hay que preservar la biodiversidad es más complicado que entender por qué no debe aumentar la temperatura del planeta. Y quizá por eso el estudio del Instituto Internacional para el Medioambiente y el Desarrollo advierte en The Lancet que la biodiversidad es mucho más que el triste destino al que están abocados elefantes, osos polares o exóticas lianas amazónicas. Nos encogen el corazón las historias de especies salvajes icónicas en peligro de extinción, pero nos han alejado de otras realidades muy próximas, como la vertiginosa desaparición de razas autóctonas de ganado, las cenicientas de las políticas de conservación de especies.
La Cumbre de la Tierra de 1992 identificó la
variedad de plantas cultivadas y animales de granja como uno de los pilares
básicos de nuestra seguridad alimentaria, pero hasta 2019 no se ha elaborado el
primer informe
mundial sobre esta «agrobiodiversidad». Un informe que advierte
que la desaparición de estas especies que nos alimentan, silvestres —como
plantas comestibles, abejas o microorganismos— o domésticas —como las 7745
razas ganaderas locales en el mundo, de las que un 26 % está en riesgo de
extinción— es irreversible. Una pérdida que afecta especialmente a las zonas
rurales y a las mujeres de
países pobres, infravaloradas como guardianas de esta riqueza animal.
Las especies
agrícolas y ganaderas son menos mediáticas que sus parientes silvestres. Despreciadas
desde que el hombre del
Neolítico comenzara a domesticarlas para alimentarse, y con ello
comenzara a transformar su entorno natural, han recibido la puntilla con las
prácticas intensivas de un sistema globalizado de distribución a larga
distancia y gigantes agroalimentarios. Pueblos que se vacían, espacios
naturales sensibles que se recalifican en urbanizables, bosques autóctonos que
se talan, agricultura y ganadería rurales poco lucrativas, incendios forestales
cada vez más numerosos que aceleran la desertificación y la degradación del
suelo. Se ha desmantelado un modelo campesino sostenible que la protección de
razas ganaderas autóctonas permitiría restaurar.
Para no confundir
churras con merinas, hay que recordar que el modelo
intensivo que denuncian distintas asociaciones ecologistas nada tiene que
ver con la ganadería tradicional, y aunque esta también contribuye en menor
medida a la emisión de gases de efecto invernadero, es una de las primeras
víctimas del calentamiento global. Disponer de razas rústicas con material
genético adaptado a condiciones ambientales extremas es fundamental frente a un
futuro climáticamente incierto y una población cada día más numerosa. Además,
el medio rural custodia la mayor parte de los recursos naturales de un país y
juega un papel clave, tanto para atrapar el CO2 que calienta la
atmósfera, como para atenuar sequías, prevenir incendios forestales
o frenar la degradación del suelo. Por eso, defender las razas ganaderas autóctonas no
es ningún sinsentido ecológico.
Las razas
ganaderas autóctonas preservan además la historia de los usos del campo y una
tradición de saberes complejos transmitidos de generación en generación, frecuentemente
por mujeres. Y esto también es biodiversidad, no natural pero sí cultural. Para
Antonio Molina
Alcalá, del departamento de Genética de la Universidad de Córdoba, una raza
ganadera «es un patrimonio vivo de la humanidad que tiene el mismo derecho a
ser preservado que un resto arqueológico, una lengua o un edificio histórico»,
pero sobre todo, una oportunidad de revitalizar el campo con un modelo de
desarrollo que perpetúa ecosistemas
tan valiosos como las dehesas o los prados. Unos espacios naturales tan profundamente
intervenidos por el hombre que preservarlos depende, precisamente, de que siga
haciendo en ellos lo que tradicionalmente ha hecho durante siglos. La Red
Natura 2000 busca justamente proteger espacios que salvan
especies y viceversa para crear un círculo virtuoso de
conservación de biodiversidad y hábitats en Europa.
En
la cántabra Dehesa La Lejuca María y Lucio lamentan
que la ganadería sobreviva gracias a las ayudas. Son uno de tantos ejemplos de
ganaderos que tratan de invertir la tendencia apostando por un modelo extensivo
de producción, en su caso también ecológica y certificada, con vacas de raza
Tudanca (autóctona y en peligro de extinción). Para ellos «comer bien es un
derecho» y, alimentando a sus Tudancas solo con pastos, obtienen carne
excepcional y «de temporada». Eliseo
Jiménez está jubilado, pero sigue enamorado de unas vacas Berrendas que cría contra viento y marea en
Navahondilla (Ávila). No se cansa de alabar su mansedumbre y su nobleza, la
calidad de su carne —«mejor que la Angus»— y sigue asombrándose cuando gatean
como cabras en busca de pasto. Pero se queja de que solo sea rentable criarlas
para «vida» (ejemplares de raza pura vendidos como reproductores) y no para
«carne». Esto lleva a muchos ganaderos a cruzarlas indiscriminadamente con otras
más productivas, como las razas autóctonas de
fomento o extranjeras integradas, lo que desvirtúa la pureza de las razas locales y favorece el abandono de su explotación, hasta que terminan por desaparecer.
Cristóbal Yuste lleva criando ovejas de la
raza Merina de Grazalema toda la vida y para él «el campo se está poniendo
mayor» porque el problema, dice, «es un relevo generacional que brilla por su
ausencia» aunque «la ganadería es la que ha hecho el parque natural [de la
Sierra de Grazalema]». Miguel Gil, consultor y asesor del programa
europeo Bioheritage para la protección de los espacios naturales y el
ganado autóctono recuerda que «esas razas [autóctonas] han sido la clave para
crear los espacios naturales protegidos tal y como los conocemos». Investigadores
españoles e italianos atribuyen la particular biodiversidad de la Península
Ibérica justamente a esta histórica interdependencia de ecosistemas naturales y
actividad humana. También el estudio
liderado por Elena Velado Alonso parece confirmar que los usos ganaderos extensivos y
sostenibles de la España peninsular han producido una gran diversidad de razas autóctonas
cuya explotación favorece y mantiene, a su vez, la biodiversidad silvestre. Biodiversidad
silvestre y agrobiodiversidad son, por lo tanto, dos caras de la misma moneda.
El Catálogo
Oficial de Razas de Ganado lista todas las razas ganaderas «reconocidas,
utilizadas y que son objeto de un programa de cría en España por su interés
económico, zootécnico, productivo, cultural, medioambiental o social». Oficialmente son 161 razas autóctonas,
de las que 135 están en peligro de extinción y es el Programa Nacional de conservación, mejora y
fomento de las razas ganaderas el
que coordina las acciones de gestión, conservación y mejora del patrimonio
genético de las razas españolas, a través de usos sostenibles e integrados en
la socioeconomía local.
Las medidas de conservación
pueden
buscar conservar la raza explotada en su ambiente característico (in situ)
o constituir una «copia de seguridad» del material genético de las razas autóctonas
ex situ para restaurar la población si se pierde variabilidad por
consanguinidad (en poblaciones demasiado pequeñas) o se extingue. Para
conservar esta muestra genética hay dos opciones, en los llamados «bancos
de germoplasma»
a bajísima temperatura o gracias a los «rebaños de seguridad» de animales de
pura raza mantenidos fuera de su ambiente original para evitar su desaparición.
Se busca estudiar, desarrollar y utilizar a lo largo del tiempo la diversidad
genética de razas autóctonas para conservar genes únicos de resistencia a
enfermedades, estrés térmico, humedad extrema, sequía o de aprovechamiento de pastos pobres. El objetivo es poder hacer frente a
condiciones climáticas desfavorables con estas «copias de seguridad» y las
técnicas de los laboratorios de genética molecular animal.
El proyecto Bestiarium del fotógrafo José Barea es
una forma artística, pero igualmente eficaz, de preservar este patrimonio vivo,
porque además de fantásticos retratos de animales de nuestras razas autóctonas,
invita a «reflexionar sobre el distanciamiento, cada día mayor, entre el mundo
rural y el urbano».A pesar de
todo, son demasiadas las razas autóctonas que están a punto de desaparecer en
España, porque crear o mantener una explotación ganadera de estos animales es
como una carrera de obstáculos y, como advierte la Federación de Asociaciones de Criadores de
Razas Autóctonas en su
página web, el propio ganadero es «quizás, una de las especies más en peligro
de desaparecer».
Exposición del proyecto
«Bestiarium», de José Barea
La cría de animales
en el campo compite con actividades locales industriales o del sector servicios
más lucrativas. Pero su gran enemigo son las explotaciones intensivas que crían
a escala industrial razas extranjeras o autóctonas más o menos cruzadas. Son
estos cruces dirigidos únicamente a maximizar los beneficios económicos en
términos de productividad los que, según la FAO, suponen la
mayor amenaza para el patrimonio genético del ganado autóctono puro. Aunque la
explotación en régimen extensivo o semiextensivo de las razas rústicas
autóctonas produce menos en cantidad, sus productos tienen un gran valor
añadido en términos de calidad nutricional, gustativa y de bienestar animal,
además de la ya comentada protección de usos sostenibles en territorios
biodiversos.
Desde 2013
existe en España un etiquetado
«100 % Raza Autóctona» para promover el consumo de estos productos, pero debe
acompañarse de medidas que inciten a elegir y explotar localmente estas razas,
porque convertir una cabaña cruzada en pura requiere de seis a siete años. Cuando
una raza no es competitiva o no se puede seguir explotando en su hábitat
tradicional, sin incentivos se extingue. Las acciones deben crear un mercado
rentable, pero sobre todo estable, para productos como carne, leche y sus
derivados, huevos, lana, piel, cuerno, etc. de calidad excepcional. Y
aprovechar la oportunidad para vincular estas explotaciones ganaderas con
actividades de turismo sostenible o de transformación a escala local.
Criar animales
autóctonos de pura raza obliga a ciertos trámites administrativos que, aunque
pueden ser fastidiosos, son la mayor garantía de protección del ganadero frente
al fraude y el modo de recibir las ayudas e incentivos autonómicos, nacionales
y europeos que la apoyan. Al fastidio administrativo, se suma la pesadilla de
que algún animal dé positivo en los controles sanitarios de las enfermedades de
los rumiantes sujetas a programas de erradicación, como la tuberculosis y la
brucelosis.
Un positivo en
un rebaño obliga al sacrificio preventivo del ejemplar para cortar la cadena de
contagios, pero como explica Marisol López Hernández, coordinadora de las
Campañas Oficiales de Saneamiento en la provincia de Ávila, «en el caso de los
inscritos en el libro
genealógico de la raza, la indemnización por el sacrificio obligatorio de
una res positiva se incrementa respecto a la que reciben por las no inscritas».
Para eliminar el agente infeccioso del medio natural, algo vital para que
sobreviva el ganado autóctono, la vigilancia y el control se extienden además a
los animales sacrificados en matadero, a la fauna silvestre (ciervos, jabalíes,
tejones…) y al ganado caprino. Castilla y León fue pionera en España cuando, en
2013, puso en marcha el programa de erradicación de la tuberculosis caprina y,
como comenta la veterinaria, «gracias a la
perseverancia de los controles, en 2020, de un total de 2000 rebaños
castellanoleoneses de cabras, solo hubo un caso confirmado de la enfermedad».
Chelo Gámez es un
ejemplo de cómo un proyecto, que ella describe como «científico-romántico», de
recuperación de razas autóctonas, en su caso el cerdo ibérico
Rubio Dorado Gaditano en la serranía de Ronda, puede convertirse en un éxito económico. Esta economista
jubilada de la Universidad de Málaga pretende ahora cerrar el ciclo de
producción de productos del Rubio Dorado Gaditano para revitalizar la economía
del valle del Genal, que también alberga una joya botánica en peligro de
extinción: el pinsapo.
Es hora de
defender una ganadería local, diversa, protectora de espacios naturales,
oficios ancestrales y paisajes humanos únicos en nuestra geografía. Y quizá,
como dice Cristóbal Yuste, sea una buena idea «crear una asignatura en las
escuelas para que los críos vieran que el campo es productivo, que del campo
sale todo».